Monday, February 20, 2012

Los Trigales de San Carlos




Como recogida en la ladera de una pequeña cuchilla y reflejándose en las aguas del arroyo, todavía Maldonado Chico, hay un pequeño caserío de reciente fundación denominado oficial y pomposamente villa de San Carlos.
Se lo llama también Pueblo Nuevo, nombre que evidentemente evoca al centro irradiante, San Femando de Maldonado, como puesto militar y primera fundación en el Este, donde más tarde radicaría la máxima autoridad de la región.
Estamos por el año 1770. Azorianos, casi en su totalidad, son sus habitantes; isleños, dicen las comunicaciones oficiales de la época.
En la dilatada campiña del Este, la villa es, espiritualmen-te, un retraer de hombres que, una vez asentados, significan un'avance en la lucha de fronteras. La clara y sagaz visión política de Cevallos se encargará de poner la historia en evidencia.
Aportan los azorianos su especial vocación de agricultores, que la región reafirma y se impulsa oficialmente cuando Cevallos les envía semillas de trigo para la siembra. El comandante de la villa, Femando Cossio, acusa su recibo con fecha 19 de mayo de 1764.
Sin embargo, Maldonado teme, o aparenta temer, el origen no español de la mayoría de los habitantes de la nueva población.
Estos dos hechos, en apariencia diversos, se enlazan íntimamente en el correr_de la historia, influyéndose recíprocamente, y muestran un proceso que, si no es único en la América española, lleva la marca de particulares circunstancias.
Mientras Maldonado necesitará el aporte de los colonos pobladores del ochenta para adquirir sentido orgánico definido, San Carlos aparece desde el primer instante como población de paz y de trabajo, extraña a toda actividad militar positiva. Surge ello claramente de las instrucciones dadas por su fundador, don Pedro de Cevallos, a Lucas Infante, comandante militar de Maldonado.
Al entregar los pobladores sus afanes a la tierra, ésta se los devuelve transformados en afamados y hermosísimos trigales. Habrá también, desde luego, años menos prósperos. La cosecha de 1770 es tan escasa que no llegan a recoger la cantidad que habían sembrado.
Este detalle, nimio al parecer, tiene enorme importancia para la historia de toda la región.
San Carlos vive de la tierra; por ella prospera, es centro económico que atrae y a su vez refluye, reflejándose en la vida de los territorios comarcanos.
Sus habitantes comienzan a vivir con holgura; pequeños detalles de sus viejos papeles nos lo revelan. Hoy puede ser la descripción de los ornamentos que su templo ha perdido al incendiarse el altar mayor, por el año 1767: imágenes, cruz de Jacaranda, manteles con anchos encajes, un frontal de damasco blanco con cenefa encarnada, otro color carmesí con jalón de plata, entre muchos otros objetos sagrados. Mañana será un documento por el que nos enterarnos de que familias de Maldonado adquieren efectos en los comercios de la villa. - .
Luego nos lo dirá el interesante inventario de las existencias de un negocio que, para dicha de hombres posteriores, ha detallado toda la mercadería. Las hay variadísimas y apreciamos cómo unas satisfacen necesidades primarias mientras otras son índice de un vivir más refinado y que se provee a toda una región, amplia y de múltiples exigencias.
San Carlos tiene sus trigales y a sus vecinos, ya por 1770, los llaman estancieros. Por orden del gobernador de Buenos Aires de octubre de 1767 debe vender obligatoriamente el trigo sobrante al Río Grande; ha de abastecer, pues, a las guarniciones del rey de España.
Los gobernadores procuran favorecer a los vecinos de este pueblo nuevo cortando la competencia que pudieran hacerle desde Montevideo y Buenos Aires, que son puertos libres, con órdenes al comandante militar de Río Grande para que en igualdad de condiciones compre el trigo de la villa.
También será el trigo carolino el que en 1769 traerá el primer conflicto oficial entre San Carlos y Maldonado.
El comandante militar, don Bartolomé Ferro, es acusado por el vecindario de la villa, que textualmente expresa:
Que en e! año pasado nos atropello el Señor Comandante quien por fuerza y con tropa nos sacó todos los granos de nuestras casas no quedando lugar oculto en nuestros ranchos a donde no se hiciera registrar (hasta debajo de la cama) y almacenando en el Cuartel de tropas sin medida ni pagarlo, de donde no se supo qué camino cogió lo que se quitó con tanto rigor.
El acusado toma providencias efectivas: embarga bienes, detiene y lleva presos a la isla a los presuntos autores y acusa al cura de la villa de ser el principal instigador.
Se levanta un sumado: los vecinos se retractan manifestando que por engaño se les ha hecho firmar, y el comandante pide se aleje a fray Crisóstomo Fernández porque tiene el conocimiento de que:
Para la tranquilidad de dicha Villa conviene que el citado religioso sea relévádo porque estoy bien asegurado es siempre el instrumento para que los vecinos fulminen quejas contra los Comandantes que habido puestos por V. E. así en aquel Pueblo como en este Cuartel y encuentro sólo éste medio para que los dos Pueblos se mantengan en paz; espero merecer el favor que a V. E. merezco esta gracia que tanto agradezco quedándome con todos los instrumentos que aclaran esta verdad que dejo de remitir por no cansar a V. E. y por si en adelante intentan levantarme otro testimonio.
Según se aprecia, ambos contendientes —vecindario de San Carlos y comandante de Maldonado— son rotundos en el planteamiento del problema y de las medidas trascendentes que esperan se decreten.
Esto se decía en agosto de 1769. Hay algunas expresiones llenas de sugerencias: «para que los pueblos se mantengan en paz» o «por si en adelante intentan levantar otro testimonio».
La verdad es que San Carlos, a los seis años de su nacimiento, quería escapar a la autoridad absorbente del comandante político-militar de Maldonado y agrupaba sus fuerzas vivas en torno del comerciante y estanciero José Fernández de Sosa, intérprete y representante de los intereses económicos de la villa, y de su sacerdote, quien tenía el prestigio y la independencia de su función espiritual.

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