Monday, February 20, 2012

Por San Carlos y Más Allá


AL LECTOR

Justificación
Os debía las páginas que siguen. Al pueblo de mi nacimiento, del nacimiento de muchos de los míos, y a las gentes de nuestros campos. A las cosas, y a las costumbres, para que no pasen del todo sin dejar memoria. Cómo había de ser! Mañana sería tarde, y nos llevaríamos en el alma el estigma del desagradecimiento.

Acogedlas con benevolencia; os pertenecen, cuando menos por adopción. Quizá no os falte una velada ociosa para repensarlas.

Y, a mis amigos fieles y consecuentes: trabajo, naturaleza, observación, y libro, la ofrenda vespertina de todas las cosas llenas de sentido.

E.A.O.P.
BREVE RETROSPECCIÓN HISTÓRICA

Cincuenta años después de la firma del Tratado de Utrech, España, ya liberada de las ligaduras diplomáticas, económicas y estratégicas, originadas por aquel solemne acto, tanto la metrópoli, como sus colonias de ultramar, empiezan a recibir la onda expansiva y renovadora de ideas, y actitudes hacia el progreso. Este movimiento renovador que durante el siglo XVIII, el "Siglo de las Luces", removió las viejas estructuras europeas, se conoce con el nombre de "La Ilustración".

Si bien el germen de las ideas novadoras, empieza a gestarse en el reinado anterior, fue, sin duda, durante el reinado de Carlos III (1759-1788), que el proceso renovador viene a coincidir plenamente.

A partir de ese giro político, cultural, económico, y estratégico, Las Indias, es decir, el Nuevo Mundo, serán tierras a tomarse más en cuenta. Las provincias ultramarinas, hasta entonces, habían merecido dos apreciaciones categóricas, según su riqueza minera: "tierras de provecho", y "tierras de ningún provecho". Los metales preciosos que brindaban las "tierras de provecho", y que llenaban las bodegas de los galeones, dieron a la metrópoli la ilusión de una riqueza interminable, fundándose en la teoría del mercantilismo: la acumulación de dinero como signo de riqueza en sí misma. Fue así que España llegó a conocer, y vivirlos, largos años, o períodos de grandeza, y decadencia. La riqueza metálica procedente de ultramar, que solamente pasaba por la Madre Patria, para ir a parar a las arcas de los países acreedores, en lo interno arruinó a España. Como la afluencia del oro y de la plata, era tan abundante, llegó a pensarse que no era necesario trabajar para vivir. Con la disposición de tanto noble metal, se podría adquirir todo lo necesario a los países productores de manufacturas. La agricultura y las industrias se arruinan por abandono. La energía interior languidece, y se postra. Una masa de aventureros y desocupados ponen sus ojos en América. Por otra parte, el criterio político, bajo la dinastía de los Habsburgos, de unificación nacional y religiosa, echa fuera del territorio a los moriscos, considerados como los mejores agricultores, y artesanos de la península. Y, mientras España sigue soñando con empresas heroicas de conquista, la sociedad se polariza en cuatro estamentos principales: nobleza, religiosos, soldados y picaros.

Por otra parte, España, ya con el avance del siglo XVIII, iba quedando a destiempo con su cerrado monopolio .comercial. El avance liberal del comercio inglés, y la expansión colonial de Portugal, que le disputaba con éxito esta parte de América bañada por el Atlántico y el Plata,, los hombres de "La Ilustración" que rodeaban la Corte de Carlos III, y el monarca mismo, debieron despertar, y en cierto modo, reconquistar lo que se iba del dominio de la Corona.

Portugal, desde el siglo XVII, venía penetrando, como en tierra de nadie (res nullius), en dominios españoles (Fundación de la Colonia del Sacramento, intento, frustrado, de fundación de un fuerte en la bahía de Montevideo, contrabando, y depredaciones pecuarias). Estos desmanes serán motivo suficiente para alertar a la Metrópoli, además de la irritación que causaba a las autoridades coloniales, que debían enfrentar enormes abusos, como tanta desidia por parte de la Corona. Aún en pleno siglo XVIII, España manejaba sus intereses ultramarinos mediante una administración excesivamente centralizada, lenta, retardada, y desconectada de la realidad verdadera.

Para enfrentar, de veras, y con firmeza, la situación que originaba Portugal, para desmedro de la soberanía española, se necesitaba la presencia de una fuerza bien organizada, y bajo un mando de alto valer y prestigio. La acertada elección del Monarca, recayó en el Gral. Don Pedro Antonio de Cevallos. con que pudo contar la Corte para despejar los intrincados problemas que, por inercia e inoperancia, España iba dejando acumular en estos territorios.

En el vigoroso plan de reconquista (política, militar, económica, y estratégica), que hemos mencionado, tendrá su nacimiento la Villa de San Carlos (1763). No haremos aquí historia propiamente dicha de la fundación, pues, ésta ya ha sido escrita. Apenas si se tocarán algunos esbozos coyuntura-les en la coordinación narrativa que sigue.

Desde San Carlos hacia el tiempo

San Carlos fue la genial idea de Cevallos, que se hizo realidad en la segunda mitad del siglo XVIII. Las crecientes amenazas portuguesas sobre territorios españoles despoblados, y tentadores por la situación geográfica, amén de la cuantiosa riqueza pecuaria que ofrecía ya en ese tiempo, la dilatada "Vaquería del mar", para decidir al Gral. Cevallos, luego de la toma de la Colonia, para contener por todos los medios, las ambiciones del temible rival. No bastaría solamente el enfrentamiento armado, que siempre condujo con éxito el español. Era necesario poblar para afirmar el derecho, la soberanía, y la colonización efectiva. Por lo que, con amplia visión geopolítica, eligió el territorio comprendido entre los dos arroyos (Maldonado, y Maído-nado Chico), para disponer la fundación de la Villa de San Carlos, q'ue se le mencionaría también, como el pueblo de los "Isleños". Ciertamente, los azorianos. trasladados desde el Río Grande, primeros pobladores, serán ubicados en el nuevo destino, por el Comandante Fernando De Cossio, según instrucciones del mismo Cevallos. Al Comandante De Cossio. que en primera instancia actuó activamente en la fundación, y en ausencia de Cevallos, a quien puede tenérsele como el segundo fundador de la Villa.

A poco del afincamiento en la región, y venciendo las precarias condiciones del comienzo, la nueva adaptación, y su inserción en un medio de rivalidades, la nueva población, adquiere, pacíficamente, preponderancia económica, social, y política, de fecundas proyecciones.

Y, ahí está la ciudad de San Carlos al cabo de los tiempos, no sin vencer vicisitudes, heredera hoy de la vieja villa de las noventa manzanas, que al año siguiente de la fundación, trazara el Ing. Howell. Dos largas centurias han pasado, y varias generaciones se han sucedido y diversificado. Ha dado hijos ilustres, patriotas y beneméritos, según el acertado juicio del historiador Don Carlos Seijo. Y, bajo el signo del progreso por el trabajo, la cultura por vocación desinteresada, la caballerosidad de -us hombres, y la belleza de sus mujeres, ha llevado su fama más allá de las fronteras de la patria.

Felizmente son numerosos los apellidos que aún perduran, descendientes de los fundadores. Nos place hablar siempre con personas que se saben descendientes de aquellos primeros núcleos familiares que echaron los cimientos de la Villa, y que cultivan la tradición de tal ascendencia.

Desde la Villa hacia afuera

Para entender el pasado, se requiere comprensión del tiempo en que se vive. La historia es tensión de la razón y del espíritu, hacia el encuentro de lo que verdaderamente fue, y también, que pudo ser, porque se adivina su soplo y se interpreta su mensaje, en el hombre que distingue la praxis, que agota y perece, de los valores que ruedan de una época a otra, aún por encima de los siglos. De donde el aparente reposo del pasado, a pesar de todos los cambios, y transformaciones sobrevinientes, continúa vivo bajo el rescoldo del tiempo. Por lo que en el horizonte moral, intelectual, etc., de la civilización universal, no importa cuanto abarque el ámbito de la patria chica, el retazo de suelo donde se meció una cuna, el arrullo de los primeros sueños, donde las cenizas sagradas de las estirpes, íntima y misteriosamente, como si fuera una ley de genética telúrica, nos entrega la impronta del espíritu local, como el carácter que en el alma imprime el agua de la pila bautismal.

El hombre de ayer no es el hombre de hoy; el hombre de hoy no será el hombre de mañana, La falta de reciprocidad fraternal, hasta en las virtudes doméstico-familiares, hacen pensar en la higüera estéril de la maldición bíblica. A este propósito, me viene a la memoria lo que dijera un célebre comentarista sobre un libro de Constancio Vi-gil: "El placer material ocupa demasiado espacio en la vida moderna". Los valores de la vida condenados a descender a la voluptuosidad. Ah, si sólo de pan viviera el hombre que escasa significación tendría el vivir. Las prioridades inmediatas, han hecho del hombre un ser sin memoria, indiferente, que vive y se afana por su presente, tanto que se le tome como entidad bio-psicológica, como el medio en que se mueve. Entre el "yo" y el "para mí", se dispersan, se dividen, y se disuelven los valores trascendentes, hasta quedarnos con el hombre esquema, conformado por un tranquilizador agnosticismo.

La angustia sublimante por la esperanza defraudada, me haría recordar los versos inspirados de Menina Ferraro: "Te di la cadencia de mis años tempranos 7la ronda de estrellas que estaba en mi frente". Y, basta.

De algunos tipos y caracteres

Difícil a esta altura de los tiempos, resulta interpretar un retrato, tanto físico, como psicológico y moral, de aquellos ya lejanos antepasados regionales. Muchas generaciones y cruzamientos de parcialidades étnicas, nos separan. Si quisiéramos apoyarnos en los datos con que contamos de sus actuales coterráneos de las Islas Azores, no sabríamos, por los motivos ya expuestos, hasta donde seríamos fieles en nuestra aproximación al tipo auténtico. Al carecer de referencias directas, hemos preferido una recomposición, fijándonos en caracteres comunes de distintos descendientes. Y, se nos ocurre, para el tipo hombre, que debieron ser de carácter pacífico, estatura media, espalda atlética, pecho saliente, de cabello castaño claro, frente ancha, cejas espesas, ojos pardos, nariz recta y mediana, boca también mediana, de labios finos, pronunciado el mentón, rostro proporcionado. El color pudo variar entre el rubio pálido al morocho.

Lentos en la decisión, pero firmes en la palabra dada. De inteligencia no despierta, y hasta reacios a la evolución y al progreso. Continuarán por años, sirviéndose del primitivo arado de palo. Desconfiados pero corteses en el trato personal. Con el sombrero calado casi hasta sobre las cejas, hablan casi sin fijarse en el interlocutor, como tendiendo la mirada hacia algún punto vago en la lejanía. Y, así, gastarían horas de plática, sin cambiar ni el tono ni la postura modal. Acentuada serenidad y firmeza. Intransigentemente devotos de su fe, cristianos viejos, aunque individualistas y rutinarios.

Las mujeres con aproximación a los caracteres somáticos ya descriptos, con las excepciones propias del sexo. Prácticas y decidoras. Quizá en muchos casos más voluntariosas y anhelantes que los mismos hombres. Observadoras, aunque retraídas; hacendosas, conciliadoras y devotas a la fe tradicional de sus mayores. Muy apegadas al hogar y sus costumbres. Celosamente conservadoras de las cosas familiares, sobre todo si venían de sus antepasados en línea ascendente. Fuertemente capaces, a falta del hombre, para dirigir el hogar, los hijos, y el trabajo. Nada generosas, pero prestas en el servicio al prójimo. Cuidadosas del dinero, y cicateras en los negocios. En esta materia, los hombres nunca tomaban resolución sin la previa consulta con la esposa. El matriarcado de hecho existía en la sociedad doméstica, donde la madre viuda, aún anciana, era consultada por los hijos ya mayores, en los negocios, y otros asuntos importantes. Criaban a sus hijos en la austeridad de costumbres, en la obediencia, y en el trabajo. La vigilancia y el consejo materno, eran siempre pertinentes. Nada sensibles a las novaciones, aunque éstas tuvieran relación con la moda y el decoro personal.

La vestimenta, aún siguiendo el criterio de la época, podría ser cómoda, pero poco agraciada, en ambos sexos. Salvo las prendas de vestir extraordinariamente, las demás eran confeccionadas en el mismo hogar, o por manos aficionadas a la costurería. Para seguir aprovechando las telas, sobre todo si eran de lana, y que con el mucho uso habían perdido el color exterior, se daban vuelta, es decir, luego de descocer la prenda, se volvía a armar con la parte interna hacia afuera. En el trabajo, y diario andar de los hombres, un pantalón ancho de tela basta, zaragüelles? cuyos pemiles solían recogerse al borde del calzado; una camisa semejante cubría el tronco, y una blusa volandera completaba el conjunto. Para otros casos, un pantalón más alineado, la chupa ajustada al busto y abotonada hasta el cuello; zapatos gruesos algo similares a los que en el siglo pasado se les conocía en la campaña, como "zapatos de turco", por ser llevados por estos andariegos mercachifles, que iban por los caminos y campos, de casa en casa, ofreciendo sus mercancías.

Las mujeres con sus vestimentas anchas y talares; amplios faldones y blusas, hasta cerrarse en el cuello. El rostro semicubierto: el rebozo en invierno, o el pañuelo de yerba en verano. Para paseo, poca variación en el estilo, salvo el sombrero, y la escarcela que, pasando por el cuello, de donde iba suspendida, quedaba bajo el brazo izquierdo. Estas "carteras", que quizás constituyera el aderezo más preciado de la dama, las había de muy hermosa factura, como ser las de terciopelo negro bordado, y a veces, con el monograma de su dueña, entrelazado en arabescos.

Tanto los hombres, como las mujeres, eran buenos jinetes. Y el caballo, a falta de otra locomoción, era de uso habitual. Las mujeres montaban sentadas sobre monturas apropiadas, las piernas vuelta? hacia el lado mismo de montar, y bien cubiertas por la amplia pollera. Cuando debían portar niños de brazos, lo hacían sobre su misma falda, y reclinando el resto del cuerpecito sobre uno Je los brazos. Cuando sólo se disponía de un caballo, y debían marchar hombre y mujer, aquél era quien iba montado, mientras la mujer caminaba, al costado de la cabalgadura.

Al producirse el primer cruzamiento con españoles, fue con aquellos descendientes de los legendarios celtas, que desde remotos tiempos poblaron el norte de España, como fue creándose, poco a poco, una raza de caracteres más finos, rasgos más estéticos. Lo que aconteció, igualmente, con los italianos que mezclaron su sangre generosa y latina, con los pobladores antecesores. Sobrevienen generaciones ricas en virtudes, simpáticas, audaces, y emprendedoras. Este nuevo perfil de la raza se mantuvo por mucho tiempo, y distinguió a San Carlos, y su campaña, no sólo por la proverbial belleza de sus mujeres, sino también por la caballerosidad, la decisión, y la inquietud progresista de sus varones.

Brevísimo ensayo socio-cultural

Evoco la Villa de antaño, en una tarde —otoñal—, que "pagaría en oro divino las faenas", y dos mozas, con sus cántaros a cuestas, del arroyo vuelven con la provisión del agua necesaria. Y, las demás? Quizá "trenzando sus cabellos con tilos y azucenas"., bajo Jos naranjos de los sombreados patios de las casas.

A pesar del gusto exótico del soneto, bien pudo el poeta componerlo para mi pueblo.

Y, desde más allá, por la calle polvorienta, al paso lento de sus dos yuntas de bueyes, no se permite entrar con tiro más largo, una carreta avanza. Su carga de leña sobrepasa la altura misma de la caja de carga. La leña de antes, seca y dura; los troncos enteros y ramosos. Se vendían por carretadas Los consumidores se encargaban de cortarla y picarla en trozos, según la capacidad de los fogones. Raras eran todavía las cocinas de hierro, llamadas económicas, que requerían la leña hecha en astillas de volumen adecuado.

Al avanzar en nuestra narración, nos guardamos de incurrir en conceptos pretenciosos, como medio de llenar vacíos incomprendidos.

San Carlos pudo haber sido un verdadero museo regional; ah, si nuestros ojos hubiesen visto esto que hoy imaginamos; lo que tenemos que recomponer por paralelismo comparativo, tratando de hacer luz y memoria sobre el pasado. La tarea, que es ardua, demanda prudencia, y mucha responsabilidad.

Se dijo antes que los primitivos fundadores de San Carlos, no dejaron huellas estables de cultura.

Salvo algunas costumbres y hábitos de trabajo. En lo demás, si algo existió, el tiempo, y la superposición de otras culturas, lo disipó. Población rústica, entregada al trabajo, no sabía de otras inquietudes. Algunos documentos del siglo XVIII, de carácter administrativo, revelan muy escasa capacidad intelectual, muy próxima a un semianalfabetismo. Parece ocurrir lo mismo en cuanto a manifestaciones artísticas.

El lenguaje regional se mantuvo por mucho tiempo, con reminiscencias arcaicas. El historiador Heraclio Pérez Ubici, recopiló un vocabulario zonal, que, sin ser exhaustivo, muestra interesantes peculiaridades en cuanto a expresiones corrientes. El refranero corría de boca en boca, sobre todo en la campaña, y era común que se recurriera al uso de frases hechas, en el lenguaje hablado, para definir cualquier cuestión. Conocí una zona de chacras —Corte de la Leña—, con población de vieja ascendencia española, entremezclada con azoriana, con peculiaridad fónica muy especial. Timbre sonoro, alto, con vulgarismos a granel; alteración de la sílaba mixta "car" por "cas"; "San Caslos", por "San Carlos". Particularidad del pretérito perfecto, donde el auxiliar "haber", en vez de sus formas correctas: "he, has, ha", etc., pasaba a ser "ve", ej. "yo ve sabido", "tú ves ido", "nosotros vemos", etc. A este propósito tengo siempre presente la forma de hablar de doña Vicenta Curbelo; ella con más de 80 años; yo un niño menos que adolescente. Doña Vicenta desde muchos años atrás, no salía de su rancho, pero gustaba enterarse de lo que ocurría en el pago. Luego de todas sus preguntas, o de lo que espontáneamente se le comentara, respondía: "quién te lo ve dicho m'hijo?". Otra particularidad de esta habla local, era el mucho uso del "che", en vez del nombre o pronombre que correspondiera. Y, aún puede notarse cierto vicio en esa forma de hablar. Algunos que se preciaban de poseer un habla más castiza, tildaban de "acanaria-dos" a los de aquella habla vulgar. Claro lo de aca-nariado, aquí no significaba razón de origen, sino más bien sentido irónico, traslaticio, de rusticidad.

A partir de los preceptores domésticos, particulares, que, bien entrada la segunda mitad del siglo pasado, se contrataban para enseñar rudimentos de lectura, escritura, y cuentas, la enseñanza de primeras letras, elemental, va a ser retomada, oficial y privadamente, por la escuela, con métodos nuevos, y acorde con la pedagogía más aceptada. En la Villa, sin embargo, funcionan escuelas privadas que, en medio de su precariedad, dieron formación a numerosa población de jóvenes. Luego serán aquellas maestras, palomas mensajeras, que volvían del "Internato", con su preparación, su ideal, svi inteligencia, y su enérgica vocación, dispuestas a la siembra de la renovada enseñanza.

Antes de la finalización de este capítulo, queremos volver un tanto sobre algo de aquellos preceptores, "maestros", que enseñaban en la campaña, muchos de los cuales eran extranjeros (italianos y españoles). No perdonaban el castigo, pues que muchas veces tenían que vérselas con mozalbetes soberbiosos. Generalmente instalaban su escuela en la casa de algún vecino, a donde concurrían otros muchachos del pago. Los italianos, sobre iodo, de buenas a primeras se volvían irascibles, fuera por falta de aplicación o mala conducta de los educandos. Y, como no manejaban bien el castellano, menos en el enojo, venían a convertirse en el hazmerreír de los muchachos, lo que aumentaba la ira del maestro.

Como muestra de trabajo práctico, ordenado por cierto maestro "casero", tuve en mis manos un cuaderno de aquellos, que más se parecía a un mamotreto, por su formato, y abundancia de hojas. Allí el alumno, con muy mala letra, copiaba extensos pasajes del Antiguo Testamento, incluyendo nombres propios, de difícil grafía. Pienso que se perseguían dos fines: aprendizaje cíe escritura, y enseñanza religiosa. De cualquier manera, estos heroicos enseñantes cumplieron su parte, en un medio quizá incomprendido. De muchos de ellos, la historia no ha recogido sus nombres, no obstante haber arrojado la simiente formativa en varias generaciones.

La Iglesia Matriz de San Carlos

Dijimos antes que San Carlos pudo haber sido un verdadero museo regional, atento a sus características, y antigüedad. Como centro elocuente de ese pasado glorioso, habría sido el viejo templo parroquial, testigo fiel de la mayor parte del tiempo histórico de la Villa, y su campaña.

Mucho se ha escrito sobre ía Iglesia Colonial de San Carlos. Muy hábiles y concienzudos historiadores se han ocupado de ella, como de su fundador, el benemérito sacerdote y patriota, el Padre Manuel de Amenedo Montenegro. No es punto de volver sobre ello. Mas, al bosquejar estas narraciones lugareñas, falta de consecuencia habríamos cometido, si no dedicáramos un capítulo a nuestro y singular monumento.

Según el historiador Don Carlos Seijo, en la población recién fundada, se comenzó a levantar de inmediato una capilla, para atender las necesidades del culto. Se contaba con pastor de almas, es decir, un párroco, el P. Villaverde. La primitiva capilla no sobresalía en mucho, de un rancho grande, algo así como un galpón. El material empleado para las paredes, era la fagina, o varazón fina entrelazada, que luego se recubría de barro. La techumbre era de paja brava. Este mismo sistema de construcción rústica, se empleaba en la campaña para los primitivos ranchos. Arte azoriana? Pero, añade el Sr. Seijo, esta primitiva capilla se incendio. por lo menos en parte. Por lo que se comenzó la construcción de una segunda capilla, de material superior, y con techo de tejas. Esta segunda capilla, que no llegó a terminarse, sirvió, al menos, para proveer sus materiales para el nuevo templo, "cual no hubiera otro igual en la campaña", al decir del P. Amenedo, y cuya piedra fundamenta! colocó en el año 1792.

Nueve años más tarde 1 1/1801), sería inaugurada, y el (16/IX/1804), solemnemente consagrada, bajo el título de San Carlos Borromeo, Patrono que lo era de la Villa, por el entonces Obispo de la Ciudad de Buenos Ai-reí. Don Benito Lúe y Riega.

No obstante mi más íntima familiaridad, desde niño, con la Iglesia de San Carlos, repaso ahora los autorizados juicios de tres escritores: Don Carlos Seijo, Don Heraclio Pérez Ubici, y el Arq. Juan Giuria, especialista éste en arquitectura colonial.

A qué estilo arquitectónico pertenece este templo semi aldeano? No pertenece a ningún estilo clásico de la arquitectura religiosa. Aunque se aproxima al románico español, tomado de Santa María la Mayor, de España. Mas, como anota el Arq. Giuria. tiene antecedentes en antiquísimas iglesias europeas, erigidas luego del primer milenio cristiano. Pero, sigue diciendo Giuria, "también presenta cierta semejanza, esta iglesia, con algunas capillas existentes en la provincia de Córdoba (Rpca. Argentina), y aun mismo con las que han erigido los monjes franciscanos en las misiones californianas, especialmente con la de Santa Bárbara, situada no muy lejos de la moderna ciudad de Los Angeles".

Hoy, monumento nacional, la Iglesia Matriz de San Carlos ha acumulado la historia cíe la región. En estos últimos años, el viejo templo ha sido restaurado por cuenta del Estado, y la contribución del pueblo. Si se ha estado o no acertado en la conservación auténtica de su identidad, no nos corresponde a nosotros responder. De cualquier manera se ha salvado de la ruina esta valiosa reliquia de casi 200 años, y felizmente no se ha caído en el abuso del maquillaje sensiblero. Sin embargo, aún falta el retiro del reloj de su fachada, que altera el estilo, y es de ubicación muy posterior.

Un episodio tragicómico de campanario. Durante las festividades patronales, y algún otro acontecimiento notable en el orden religioso, las campanas se echaban a vuelo. Como la campana ubicada en el lado oeste de su torre, no tenía cuerda para agitar su badajo desde abajo, ascendíamos a la torre, y repicábamos a mano, haciendo dar, con l'uerza y rapidez, vueltas completas sobre el yugo de sustentación. Solamente los mayores teníamos acceso a la torre. Demandaba mucho trabajo y esfuerzo, pero esta hazaña nos complacía, aunque los tañidos nos rompían los tímpanos. Desde la altura, nos gustaba observar a las gentes comarcanas que, antes de entrar en el templo se detenían como extapiadas mirando las torres. En ciertas procesiones, y como medio de animación, se quemaban cohetes voladores. Cierta vez, como más apropiado para la qiiematina de petardos, un grupo de jóvenes resolvió hacerlo desde lo alto del campanario. Y, allá hubieron con un brazado de dichos cohetes. La procesión empezaba a marchar.

Mientras unos repicaban, otros iban quemando los cohetes, que habían dejado desperdigados sobre el piso de la torre. Pero hete aquí que, sin duda arrojaron al descuido una cerilla encendida que cayó sobre un cohete, y empezó una sucesión de explosiones., felizmente graneada. Era de ver, en el reducido espacio, la danza ¿altarina de los muchachos, para esquivar las explosiones y quemaduras de los cohetes. Lo que hubiera ocurrido, de haber explotado en conjunto todos los cohetes.

San Carlos y sus cañones

Para la mayoría de nuestros antepasados, resultaban como elementos familiares, las varias piezas de artillería que podían observarse en varios lugares de la Villa. Tal vez muchos no hayan tenido nunca la curiosidad de averiguar qué cometido habían tenido en la localidad, las dichas piezas. Porque, en efecto, San Carlos nunca fue plaza fortificada, y es seguro que jamás se oyó retumbar un cañonazo disparado por las piezas en cuestión. Luego, a qué se debió su presencia inactiva acá. Casi seguro que esos cañones, piezas de avancarga, como todas las armas de la época, procedían de Santa Teresa, o de Maldonado. En otro tiempo la Isla de Gorriti estuvo fortificada, y, en Maldonado mismo hubo baterías costeras. En San Carlos, sin duda, quedaron como en depósito, de tránsito para uno u otro destino. Pertenecen a la época borbónica, y su calibre, por tanto, está referido a libras francesas. En la artillería antigua, el calibre se medía por el peso del proyectil, por lo que al aumentar éste de peso, aumentaba, consecuentemente, su volumen. De donde, el diámetro interior del cañón debía aumentar en idéntica proporción, para poder recibir la bala rasa. Y, así se hablaba de cañones de 2, 4, 7, etc., de hasta 36 libras. Clasificándose en artillería mayor y menor. La primera era solamente de posición (baterías fijas, fuertes y fortalezas) ; la segunda podía ser volante, y acompañaba a las otras armas en el campo de batalla, o donde se requiriera su presencia. De las piezas existentes en San Carlos, las hubo de variado calibre. Algunas fueron destinadas para servir de postes, o guarda cantones, en las esquinas. Con ello se evitaba que las carretas no se llevaran las ochavas de las casas. Cuando se procedió a realizar las excavaciones para tender la red del saneamiento, y agua corriente, desaprensivamente, fueron enterrados. Al cabo de los años, se les exhumó; no se sabe si todos. Casi todas estas piezas Carolinas fueron llevadas para la Fortaleza de Santa Teresa. De los cañones coloniales visibles en San Carlos, puédense citar los siguientes: uno de tamaño mayor, existente en la parte exterior, al frente, del museo histórico; otro. en las afueras, lado lateral, de la Iglesia Matriz, tamaño mediano, y otro, en la entrada de la Escuela Industrial; es el de menor calibre. Hasta hace unos años, frente a La Rural, había un cañón; aparentemente había sido extraído de entre la tierra. Era de tamaño grande. Si mal no recuerdo, me parece que le faltaba un muñón, y el cascabel. Estas injurias tenían por fin inutilizar la pieza, a golpea de almádana, cuando caían en manos enemigas. También se clavaban, introduciéndoles, a presión, un clavo en el oído.

Esta última pieza desconozco dónde haya ido a parar.

Nos faltaba agregar que también puede verse pieza de artillería en San Carlos; ésta ha sido colocada en la garita simbólica levantada en la Plaza Artigas. Se trata de una piedra moderna, de principios de este siglo. Es un elemento anacrónico que no condice con el remedo del bastión colonial. No debe estar allí.

La propiedad territorial local

Las Leyes de Indias prescribían con absoluta riandad. los procedimientos a seguirse para la distribución de la tierra, entre los pobladores, o colonizadores. En la Banda Oriental parece no haberse observado aquellas disposiciones, o bien fueron aplicadas a medias. Por lo cual, en el Libro y Título correspondientes, se disponía en lo atinente a la fundación de poblaciones, la distribución física de la tierra.

La planta, propiamente dicha, delineada en solares, y la plaza correspondiente; a continuación, el o los ejidos, terrenos de propios, y dehesas, o espacio éste, de pastos comunes. Vendrían, luego, los repartimientos de chacras y estancias.

San Carlos nació al margen de estas disposiciones; a los pobladores no se les asignó tierra en propiedad donde levantar sus ranchos. Esta situación de precariedad de los primeros tiempos, debió de haber creado inquietud en el ánimo de los pobladores. Sin embargo, existieron algunas excepciones, pues, el mismo Cevallos, a su retorno del Río Grande, asigna algunos predios, en el paraje conocido como la "Guardia Vieja", a tres o cuatro pobladores.

En cuanto a las chacras, que a poco de su arribo al lugar, los azorianos empiezan a roturar, y cultivar, su tenencia primera debió ser en forma precaria. Posteriormente, y a solicitud de parte, se empiezan a hacer algunas donaciones aisladas de estancias, por el Comandante Militar de Maldona-do, Lucas Infante. "Y, así, podemos citar el caso de Mariana Josefa de la Luz, viuda de Manuel Correa que, en diciembre de 1763, solicita para estancia y chacra, y se le concede, previo informe del Comandante Piccolomini, los campos comprendidos en la confluencia del Arroyito de los Píriz, y el San Carlos (Maldonado Chico). Es la primera salida fiscal de esas tierras, cercanas a la Villa; amplia extensión que años más tarde, bajo el Gobierno del Virrey Vertiz, el hijo mayor de doña Mariana Josefa, casado con Francisca de Silva Balladares, amplió, en mucho mayor área, en el paraje "Las Cañas". Los títulos primitivos de estos campos, que obraban depositados en la Caja de la Real Hacienda de Maldonado, se perdieron a consecuencia de las invasiones inglesas. Por lo que, en el año 1810, los sucesores de Manuel Correa, debieron probar, mediante deposición testimonial, y engorrosamente, y por emplazamiento general para todos los tenedores de tierras del país, por parte del Gobernador de Montevideo, Gaspar de Vigodet, su legítimo derecho.

Volvemos ahora, a la aparente imprevisión de Cevallos, sobre la no ajudicación de solares a los primeros pobladores de San Carlos. Lo que sin duda, además de contradecir las claras disposiciones de las Leyes de Indias, debió crear una situación de desaliento e inestabilidad en aquellos que habían debido abandonar sus tierras en el Río Grande. Pero la razón es harto sencilla. En primer término, Cevallos no era fundador de poblaciones.

Era un militar que, a lo largo de su gloriosa carrera, en estas latitudes, debió vivir en lucha casi continua contra el usurpador portugués, y tratando, como lo hizo, de recuperar por medio de las armas, lo que España dejaba escapar ante la artera y aviesa diplomacia lusitana. Por otra parte, el tiempo le era escaso para atender todos los requerimientos fundacionales, no obstante su paternal solicitud por el adelantamiento de la Villa. Por lo que todo lo demás, sin dejar de estar informado, lo dejó en manos de sus Comandantes subordinados. Por otra parte, se nos ocurre, que tratándose de portugueses (azorianos), afincados en tierras de la Corona, quizá no fuera, en principio, prudente crearles afincamiento legal, principio del jas sanguis.

San Carlos nació gracias a la visión de su ilustre fundador. Asentaba el derecho y la soberanía de España en esta zona disputada, y de riesgo, y servía de hito contenedor a los avances portugueses. De donde Cevallos, con buen sentido estratégico, y bajo el apremio de las circunstancias, debió actuar sin previa consulta, y demás requisitos formales.

Las ciudades, villas, o pueblos, se fundaban, generalmente, en acuerdo con las autoridades metropolitanas, y muchas veces, bajo el régimen de capitulaciones. San Carlos fue una excepción, como excepcional fue el genio del fundador.

Como nota marginal sobre algunas propiedades regionales, queremos trazar un breve bosquejo sobre la propiedad territorial en el Uruguay.

Atendiendo a los diversos regímenes de ocupación del territorio de la Banda Oriental, un estudioso del tema, a cuya guía nos atenemos, llega a señalar hasta 30 grandes orígenes de la propiedad, Y, así tendríamos: Dominio Español, Provincias Unidas del Río de la Plata, Gobierno Artiguista, al amparo del Reglamento de 1815, Gobierno Portugués; Gobierno Brasileño; Gobiernos Patrios (provincial y nacional).

Claro, el agro propiamente dicho, es decir los campos del país, empezaron a despertar interés luego que la población de semovientes —ganados—, empezaron a poblar las praderas del territorio. Antes del siglo XVII ningún interés existía por esos vastos dominios del indio indómito, desde donde ningún beneficio se obtenía. Luego que la riqueza pecuaria, además de la poca carne para consumo, atrae por el gran mercado de ultramar para los cueros, se acude a la denuncia y solicitud de tierras de pastoreo, sobreentendiéndose, con los ganados que contuvieran las vastas extensiones. A esto se agregaban las mercedes de las autoridades. En cuanto a los otorgamientos rurales, éstos eran muy irregulares. Como en principio no se mensuraban los campos, el interesado, al "formular su solicitud se guiaba por accidentes geográficos: la costa del mar, tal sierra, cerro, o arroyo, y las tierras contenidas por esos accidentes. Y así, a ojo, se enumeraban tantas o cuantas suertes de estancia. Y, sobre esa base se concedía una propiedad de superficie incierta, generalmente mayor que la que le parecía al interesado. Tal el caso de Manuel Correa, que por merced solicita las tierras linderas con la estancia de Manuel de Araújo, en Las Cañas, y comprendidas entre la sierra del mismo nombre, y el Arroyo Pichólo. Tres lados quedaban más o menos determinados, pero, y el cuarto, dónde se ubicaba? Cuando en 1856 se practicó la primera mensura, las tierras habían sido concedidas hacia 1780, resultó una superficie de 11.764 cuadras cuadradas. Sin duda, que ni los mismos descendientes de Correa esperaban encontrarse con tal superficie de campo. Otro caso: en 1789, bajo el Virreinato de Nicolás del Campo —Marqués de Loreto—, en Puntas de José Ignacio, Faustino de Acosta y su mujer, Elena Morales, obtienen los campos comprendidos entre la Sierra de Las Cañas y el Arroyo José Ignacio. Cuando entre los descendientes de ambos cónyuges, casi un siglo más tarde, luego de haber ena-genado casi todas sus partes, empiezan a hacerse las respectivas mensuras, vino a resultar, el total de la primitiva estancia de Acosta, de más de 20.000 cuadras cuadradas. Como consecuencia del exceso de campo no previsto, ocurrían, como ocurrió en este caso, las sobras, que se reindicarían por las leyes que regulaban la materia. De las 20 suertes de estancia, que según Don Carlos Seijo, poseía el padre del Coronel Leonardo Olivera, en el Rincón de Pan de Azúcar, cuando en 1865 se realiza !a mensura, por sucesión del extinto Coronel Olivera, se comprueban 7 suertes de estancia, sin incluir las lagunas, por considerarlas cosa inútil.

En cuanto a la propiedad urbana, por lo menos luego de instituido el gobierno departamental, de acuerdo con lo dispuesto por la Constitución de 1830, Juntas Económico Administrativas, en las capitales departamentales, y Comisiones Auxiliares Económico Administrativas, en otras poblaciones, ¿e termina con el anárquico sistema de antaño. Muchas posesiones de origen espurio, fueron impugnadas por los Tribunales, que no les reconocieron validez. Tal el caso de las concedidas al amparo del Reglamento de 1815.

Luego que en San Carlos se instala la Comisión Auxiliar Económico Administrativa (1868), menudean las peticiones de solares (tierras "valutas"), para población, o simple usufructo. La Corporación con gran sentido de comunidad, aparece generosa en el despacho favorable de las demandas. Por cierto, se actuaba en acuerdo con los Decretos de 1859 y 1867. Los solares tenían que ser bien cercados, poblados, o cultivados, bajo pena de perder todo derecho a los mismos.

Por lo que respecta al fraccionamiento de la parte urbana, que como antes se dijera, fue trazado al año siguiente del arribo de las primeras familias, constaba de 90 manzanas, encuadradas por cuatro avenidas, o sean las actuales: Alvariza, antes, Camino a Las Cañas y Valle del Aiguá; Ejido, Rocha, antes, Calle Ancha; Carlos Reyles, antes, 4 de Octubre. Las dimensiones de las manzanas, por lo menos aquellas de superficie normal, era de 100 varas de frente —cuadra—, por cincuenta de fondo, y separadas por calles de 11 a 12 varas de ancho. Considerando que la vara del país equivalía a Om859, nuestras cuadras ciudadanas serían de 85m.90cms., y el ancho de las calles variaría entre 9m.50, y lOm.30.

Síntesis local socio-económica

Señalando rumbos hacia los cuatro puntos cardinales, el entorno de horizontes límpidos se adelantan en el destello sereno de la luz de las auroras. La naturaleza del suelo generoso envía el primer mensaje propio, en el olor perfumado de sus pastos, el ondear de los trigales, el alegre trino de los pájaros, y el andar pausado, dinámico, a veces, de los paisanos.

El ejido de la Villa ha quedado atrás; los zanjeados delimitadores de las chacras, coronados por setos vivos de sauces, pitas, tunas o membrilleros, protejen el trabajo y las plantaciones en el seno de los predios.

Pretender, a esta altura de los tiempos, un análisis del primitivo destino agrícola de la región, sobre las endémicas muestras visibles, a la memoria nos viene el lamento del poeta, en su canto "A las ruinas de Itálica": aquí fue chacra. Ahora, abandono, despoblamiento humano; a lo sumo, pastoreo intensivo sobre praderas de pastos duros, maleza, y mal cercadas.

El trigo de la región, los Partidos tributarios de San Carlos, señaló un largo período temporal, con el signo del trabajo y de la prosperidad económica: ese próspero florecimiento, alimentado por la fertilidad de la tierra, hasta entonces virgen pradera. sostén de ariscos semovientes, conservará la viva de fe, arraigo civilizador, trabajo, op-j y esperanza, de varias generaciones. La mayoría de nuestros hogares campesinos, representaban una verdadera unidad económica doméstica. La producción exportable de nuestros trigos, llegaba á Buenos Aires y Río Grande. Las carretas con sus cargamentos, se aglomeraban por los caminos, y debían esperar turnos en los molinos, primero las atahonas, para entregar sus cargas. También el maíz, cebada, centeno, y avena forrajera, son igualmente rubros indicadores de una producción abundante. Y más allá, las colinas de rumbos caprichosos, corónanse de ganados, que aún pastan las gramíneas tiernas.

Muchos, y complejos factores debieron incidir para el abandono paulatino de la producción. Entre otros, el empobrecimiento de las tierras de labrantío por el exigente monocultivo; el desgastamiento vocacional que sobreviene luego de algunas generaciones dinámicas; los cambios de orientaciones socio económicas que traen el devenir de los tiempos, etc.

"Sobre uso de la tierra y bienestar humano", extraemos de una Declaración de Principios, a nivel de un Congreso Internacional Católico de la Vida Rural: "La eficiencia en el uso de la tierra no puede ser juzgada solamente por la producción material, sino por una equilibrada consideración de los valores espirituales, sociales y materiales, que redundan en la persona, familia y sociedad. La tierra no debe ser beneficiosa para unos pocos favorecidos, y un medio de trabajo servil para los demás. Para que la familia llegue a ser dueña de la tierra, la sociedad tiene una responsabilidad, aunque secundaria, de estimular y educar al administrador de la tierra, con una técnica capaz de hacerlo dueño de su propio destino económico".

En nuestro departamento, el progreso pecuario fue lento y tardío. Por comparación de idéntica producción en -otras zonas, a Maldonado, salvo excepciones, se la consideró, por largo tiempo, como región atrasada. Los barbechos se destinan a ana ganadería chacarera, pastoreo de ovejas que provee una lana de mala fama en el mercado, las llamadas lanas semilhidas, muy depreciadas por las barracas laneras. Y, hasta la década del 30, de este siglo, era posible encontrar ganadería criolla en alíunos establecimientos. Mientras la prensa de fine- del siglo anterior, y principios del presente destacaba, para otros departamentos progresistas, las buenas calidades de sus cabanas ganaderas, Maído-nado permanecía a la zaga en su producción. Otro tanto podría decirse en cuanto al saneamiento de lo? rodeos. Cuando la sarna en los lanares empie-r-a a extenderse como epizootia endémica, este departamento será uno de los más afectados. Vienen las leyes compulsivas de saneamiento a chocar contra la indiferencia, en muchos casos, y la incomprensión, en otros. Los remedios no sirven, protestaban los hacendados. El Ministerio de Ganadería replicaba que los específicos aprobados en sus laboratorios eran eficaces. El extracto de tabaco, de Virginia, el fluido de creolina, los conocidos "Polvo? de Cooper", de origen inglés, un compuesto de azufre y arsénico, cuyo manipuleo resultaba peligroso, si no se tomaban las precauciones adecuada?. Bastante violencia solían pasar los inspectores de sanidad animal cuando visitaban los establecimientos. Eran mal vistos, y peor recibidos, los "médicos animales". El arte empírico de la terapia campera sentía desdén por las indicaciones y recomendaciones de los primeros veterinarios.

Las artes manuales en el medio

Agricultor, albañil, herrero, carpintero. Las más ligadas a la vida del hombre.

Reproduzco a un renombrado escritor. "Desde los tiempos prehistóricos, desde Caín y Abel, los pueblos son pastores o agricultores. Los primeros son trashumantes, según las estaciones o la existencia de aguas y pastos. Los segundos se fijan al suelo que cultivan, y se hacen sedentarios. Los primeros habitan en cabanas movedizas; los segundos levantan viviendas fijas, y, poco a poco, adquieren conciencia del nucleamiento pacífico. Aquéllos van en pos de sus rebaños y ganados, y escudriñan el cielo para adivinar los cambios atmosféricos; éstos desentrañan los secretos de la naturaleza, se hacen observadores del minimundo de la simiente, la planta, el sol, o el insecto.

El albañil construye, levanta la vivienda, la del pobre o la del rico, la modesta o la suntuosa. Para los otros, primero, para sí, después. Maneja pocas herramientas, y materiales simples. El herrero caldea el hierro que las civilizaciones tardarán milenios en conocer. El carpintero es el obrero artista de la madera. Desde la cuna del niño recién nacido, hasta el ataúd que amortaja el cuerpo; el arte en el empleo de la madera, desborda lo imaginable".

Hablamos antes del oro y de la plata que España hacía extraer de las minas del Nuevo Mundo, y que solamente le servía como patrón de cambio, pero los minerales finos, como el oro, la plata, y las piedras preciosas, que han motivado la avaricia de los pueblos, son también medios capaces de conciliar lo útil con lo bello. Todos conocemos la nobleza, y alta preciosidad que afamados artistas logran con el empleo de esos metales, y piedras. Para citar lo nuestro, la artesanía en oro y plata, tuvo en San Carlos verdaderos maestros. Aún se conservan, en manos de coleccionistas, y particulares, hermosas piezas de subido valor no sólo intrínseco, sino por el arte con que están ejecutadas. Dignos de lucimiento y admiración los aperos criollos, con todo lo atinente a variedad de piezas que integraban el conjunto, incluyendo los envidiables "chapeados", de estilo brasileño.

Y. sobre los oficios más utilitarios, qué decir de nuestras herrerías y carpinterías, capaces de ejecutar desde rústicas carretas de eje de palo, hasta finos mobiliarios domésticos. Porque los buenos artesanos reunían ambas orientaciones. Todavía pueden verse muebles con casi ciento cincuenta año? de uso, y en muy perfectas condiciones. Entonces las maderas eran importadas, de alta calidad, y bien estacionadas. Baste con decir que las ruedas, de gran diámetro, de las primitivas carretas, carecían de llantas de hierro. Las pinas o ca-inas de buen lapacho desnudo, bien trabadas a la masa por los rayos, rodaban durante años por los campos y caminos, tardando en acusar desgastamiento.

La campaña, también, contaba con herrerías, y carpinterías competentes para servir los requerimientos vecinales para manufacturación y reparaciones diversas. Y, cuánto honor, y responsabilidad en el cumplimiento y en la calidad de las artesanías.

Luego que la importación puso al alcance del consumo utensilios, máquinas y herramientas, la preferencia se volcaba por todo lo de origen inglés por técnica y calidad. Bastaba saber de la marca, muchas eran clásicas, y leer la palabra "guaran-teed", para aceptarla sin más preámbulos.

El arte de la albañilería ciudadana, creó en San Carlos, una fisonomía particular, de lo que, salvo algunas pocas fincas que aún se mantienen en pie, lo demás, si no ha sido derruido, ha sufrido modificaciones. Con predominio del estilo colonial español, con el zaguán de entrada, y su puerta cancel que impedía la visión hacia el patio, o fondo interior, y sólo se abría para franquear el paso. El zaguán, por el contrarío, permanecía abierto durante las horas del día.

Las cornisas frontales de las casas, que sobresalían bastante por encima del plano de los techos, estaban coronadas por pilares decorativos, de medio a tres cuartos de metro, más o menos, de altura, algo semejante a los merlones de los antiguos castillos europeos. Las piezas eran siempre espaciosas; puertas y ventanas amplias, éstas con artísticos balcones, y algunas de enrejados completos, techos de teja española o francesa. Más tarde se empleó el techado de zinc, que vulgarmente llamaban "fierro", con cielo rasos de ladrillo liviano. El maderamen, tirantes y alfajías de pinotea de gran calidad; pisos de madera estilo inglés, o de baldosas importadas (francesas o inglesas). En el patio el aljibe, algunos de brocales octogonales, revestidos de baldosines clásicos, artísticos en su armazón de hierro, ostentando, como coronamiento del marco, la fecha de su construcción, y las letras iniciales del dueño de casa.

En cuanto a la vivienda campesina, ésta fue evolucionando paulatinamente. Desde el núcleo de ranchos dispersos de la estancia cimarrona, sin ningún orden funcional, hasta las poblaciones de material, piedra, de excelente comodidad, y generalmente dispuestas en cuadro cerrado, algunas con mirador por razones de seguridad, contra eventuales sorpresas de malhechores. En nuestro medio no -e usó, como material -de construcción, el bloque de tierra apisonada, estilo indígena guaraní. Los primitivos ranchos eran de los llamados de palo a pique, colocados en sucesión vertical, y asegurados con tientos de cueros a una solera, o madero horizontal. Las techumbres variaban, desde cueros, pencas de palmera, juncos, extraídos éstos de las lagunillas o marismas, y, finalmente, el carrizo o paja brava. Se construyen, luego, los ranchos de cébalo o fajina, y de tepes o terrones de tierra compacta, de la dimensión de dos ladrillos de medida antigua, superpuestos. Este sistema fue el más usual, casi hasta nuestros días, y el de más larga duración, cómo que se han conocido algunos de estos ranchos, bien enhiestos, y con más de cincuenta años. Los quinchados respondían a tres estilos, siempre de paja: de tronco arriba, así llamado por disponer los troncos de la paja hacia arriba, hasta juntarse por las dos aguas hasta formar el pretil o caballete; el de escalera, y el más elegante y duradero, menos trabajado por los huracanes, de escama imbricada. Primeramente, en vez del alambre de quinchar, se usó el tiento de cuero para asegurar el quinchado al envarillado. Posteriormente, las familias acomodadas económicamente, y gracias al adelanto artesanal de la construcción, empezaron a levantar buenas fincas, de piedra o ladrillo, con techos de tejas o de zinc, observando la disposición que hemos descripto antes.

Era costumbre, antes de empezar la edificación, cumplir con una sencilla ceremonia ritual.

Luego de finalizadas las excavaciones para la citación, se elegía el esquinero, o piedra angular, de buen tamaño. Se hacía subir, y permanecer El ejercicio de los oficios, por su lealtad en calidad y artesanía, abarcaba una larga tradición. Se transmitía de padres a hijos, y colaboradores, que sin la exigencia reglamentaria de los antiguos gremios medievales, recuerda las obras maestras de las pruebas de suficiencia.

Del arraigo de algunos usos

Hay sociedades que son poco vulnerables a los cambios, sobre todo cuando se trata de usos, hábitos y costumbres, que vienen trasmitiéndose a lo largo de varias generaciones. Y. más aún, cuando esos usos han tenido carácter oficial, legal, diríamos.

En nuestro país, heredamos, y por muchos años tuvieron aplicación, las medidas españolas, lineales, como de capacidad, y de peso.

Cuando ocurrió el cambio del viejo sistema de pesas y medidas, por el sistema métrico decimal, establecido en la República por ley de 1862, y hecho obligatorio en todo el territorio, por la ley de 1894, se siguió, y más aún en la campaña, usándose las viejas unidades, y llamándolas según la antigua nomenclatura. Así, por ejemplo, para la medida de áridos o granos, se contaba, como medida de capacidad, con la fanega, que era equivalente a cuatro cuartillas. Comerciantes hubo, hasta pocos años ha, que vendían la fariña por arrobas, el chocolate por medias libras, los fósforos por cuarta o media gruesa (1 gruesa, igual 12 docenas), la yerba mate, por tercios (envases de cuero, sustituidos luego, por las barricas de madera). En el caso del dinero, se recordó también, la nominación española. El doblón ($ 10), la pieza y media pieza, de plata ($ 1 y 0,50); el real ($ 0.10), el medio ($ 0.05), el vintén ($ 0.02), y el centesimo ($ 0.01), vulgarmente llamado dos cobres. Sobre esta simpática monedita, especialmente las acuñadas a principios de este siglo, valga una anécdota. En cierta oportunidad una señora envió a uno de sus hijos hasta un almacén para comprar un jabón de creolina. Para ello le dio al chico un medio, o sea cinco centesimos. El muchacho hizo el pedido, y luego preguntó cuánto costaba. El comerciante le dijo seis cobres. El niño, creyendo que cobres era lo mismo que centesimos, pensó que le faltaría dinero, de lo que su madre le había dado, y se lo dijo al hombre, enseñándole la moneda. "Muchacho, te sobra un vintén". Seis, esta vez, no era mayor que cinco.

Las esquilas, hasta principios de siglo, se pagaban a cuartillo (2 y 1/2 centesimos), por cabeza.

El cuerpo humano venía a ser corno patrón de medida. La braza, todavía en uso, para medir los lazos de pialar. Se tomaba en la longitud que representaban ambos brazos de un hombre, extendidos horizontalmente, y formando cruz con el cuerpo. La cuarta (o palmo), largo de la mano, abierta y extendida (cuarta mayor), y cuarta menor, el espacio de cuatro dedos, excepción del pulgar. Con la primera se medía el ancho de las paredes en la construcción, con la segunda, se tomaban pequeños espesores. Muy usual para medir el espesor de gordura en el tocino, luego de faenada la res. El jeme distancia que hay entre el dedo pulgar y el índice, extendidos. El codo, poco usual. Distancia que hay desde la articulación del antebrazo, hasta el extremo del dedo mayor de la mano. El paso normal del hombre. A pasos se señalaban las demarcaciones de las amelgas, las plantaciones, etc. Finalmente, el pie y la pulgada, todavía en uso.

Estas denominaciones y medidas, venían de muy antiguos tiempos, como que se encuentran entre los hebreos, griegos y romanos.

En el comercio de menudencias, en las ventas de fiado, se empleaba la tarja. Consistía en el juego de dos tabliHas iguales, a veces correas de cuero, de largo variable. En el borde de estas tarjas, se hacía una incisión o muesca, por cada cosa comprada. Una de las tablillas quedaba en poder del comerciante, y la otra la llevaba el cliente.

Situación demográfica socio-departamental

Al retomar los conceptos que se vierten en el presente capítulo, conviene tener presente lo que se dijera anteriormente sobre la despoblación y descaecimiento del medio rural. La historia viene a recoger, con nostalgia y desaliento, una experiencia feliz de un pasado promisor para este joven país nuestro.

Ha sido nuestra idea, que debe pensarse con preferencia en esta realidad social, triste realidad; por la campaña en general, por el afincamiento estable, el trabajo redentor, la cultura para enriquecer la existencia del hombre, sin el abandono de eu medio.

Entre los complejos factores incidentes del arruinamiento rural, se cuentan los críticos períodos de las crisis económicas internacionales, con su repercusión inexorable sobre nuestro medio socioeconómico dependiente. Y, veamos: en el año 1928, quedó inaugurado el ferrocarril que llegaba hasta la ciudad de Rocha. Fue todo un grato acontecimiento para ambos departamentos del este del país, y para el país en general. Pero por contraste con este medio de progreso, que hubiera revertido el aislamiento regional, ocurre, a poco, ya se insinuaba, la gran crisis internacional, y que había de prolongarse hasta muy corrida la década del año 30; caída vertical de los precios de los productos de exportación; paralización industrial; desocupación, etc. Nuestro país había pasado, hasta entonces, una época de prosperidad, por consecuencia de la primera guerra mundial, por el alto valor de sus productos primarios de exportación, pero le ocurrió, por falta de previsión, lo que a la Madre Patria, cuando le llegaba el oro de Las Indias. La reacción vendrá cuando la situación ya era irreversible. Y, las quejas: "Norteamérica nos llevó las carnes, las lanas, y los cueros —se decía—, y nos trajo las latas", por alusión a la gran cantidad de automóviles de aquella procedencia que se importaron.

Mientras tanto, en la otra parte del país, litoral, centro, y norte, una red ferroviaria, tendida en abanico, con visión de absorción y monopolio comercial, trasegaba hacia los frigoríficos ingleses, la cuantiosa producción ganadera del país, en el este el ferrocarril nos llevó la gente. Y, véase, si no: cuando un pueblo empieza a agruparse, con un fin, muy humano, de nucleamiento urbano, el pueblo seguirá avanzando, no obstante las carencias de principio, y hasta su falta de relaciones sociales. Pero, es fundamental para el prevalecimiento como tal, que ese nucleamiento tenga "vida", es decir, que los habitantes tengan medios para subsistir, que haya ocupación mediante trabajo remunerado. De lo contrario, la población se ve obligada a emigrar, a trasladarse para trabajar afuera, o a vegetar en la ociosidad pueblerina. He aquí como el ferrocarril empieza a llevarse la gente. Y, tomemos para nuestro ensayo, el pueblo de Garzón. Pero, antes sepamos que el ferrocarril fue, en nuestro país, uno de los servicios más eficientes, y que por muchos años, túvosele por el transporte terrestre más seguro y puntual. Como era así, la gente se trasladaba diariamente por su trabajo, fuera a San Carlos, Maldonado, Punta del Este, Pan de Azúcar, o Rocha, en el tren de la mañana, y retornaba a su hogar, en el tren vespertino, o nocturno. Lo mismo ocurría con los hijos que concurrían al liceo, o a otras ocupaciones, propias de su edad. Mas, esta corriente empieza, de más en más, a hacerse discontinua, por radicación paulatina fuera del lugar de origen. Empieza por la gente joven, detrás. Jos mayores. El éxodo poblacional continúa sin solución de continuidad. Terminan por clausurarse las pocas fuentes de trabajo, y no se inician nuevas. No hay incentivos capaces de promoverlas. Nuestro pueblo termina por languidecer. Se reanima una vez al año, con la "vuelta al pago", donde se dan cita durante una jornada de confraternidad los hijos de la región.

Otro de nuestros pueblos departamentales, afectado por la consunción, es Aiguá. Ciudad pintoresca por su ubicación, de gente buena, trabajadora, y llana. Está unida por carreteras a San Carlos. Minas, Lascano, Treinta y Tres, y Rocha. Ai-auá se formó por el propio esfuerzo de sus habitantes. Las zonas tributarias de Aiguá, representan los campos de mejor calidad del Departamento; muelos profundos, y bien irrigados. Su ganadería es próspera; las labores agrícolas, en otro tiempo de escasa significación, se han intensificado en los últimos años. Y, aún, al cumplirse el cincuentenario. 1956, con su declaratoria de ciudad, Aiguá alentaba hacia un porvenir promisor. Sin embargo, no ha escapado a la postración, con su consiguiente despoblación. Creemos que la política centralista de los gobiernos nacionales, y la escasa visión planificadora de los departamentales, la falta de medios, y de fuentes de trabajo, conduce al acha-tamiento desurbanizante de los centros poblados chicos. Por más que la iniciativa privada se esfuerce por sacudir, con sentido social y patriótico, el letargo colectivo, se quedará siempre en espectati-vas, y de corto alcance, si no cuenta con el apoy"o oficial. Una población crece y se dinamiza con el esfuerzo colectivo y participativo de sus habitantes. Cuando éstos bajan la guardia, y prefieren abandonar el puesto, cambiando de destino, la corriente nutricia se interrumpe; como ya no hay ni productores, consumidores, las fábricas, si las hay, los talleres, y los comercios, se cierran, los brazos se paralizan, y, a falta de orientación, y apoyo oficial, se produce la emigración. Y, los pueblos chicos se van por los caminos, como el agua de los ríos y de los arroyos se van por sus cauces naturales al mar. Por otra parte, y aunque parezca paradójico, désele, a los pueblos interiores, carreteras, buenos caminos, o vías férreas, que los unan a pueblos o ciudades mayores, éstas poblaciones, poco a poco, van como succionando a las poblaciones menores, y de escasos medios de vida.

La demostración de esta afirmación, la tenemos claramente en el caso de los dos pueblos que hemos venido citando, a manera de ejemplo.

De la toponimia departamental

Quizá algún día, si otros ya no lo han hecho, nos propongamos realizar un estudio exhaustivo de los nombres de lugares, y de accidentes geográficos departamentales. Sabemos de la existencia de algunos diccionarios, o mejor, vocabularios geográfico-históricos del país. Pero esas obras sólo destacan nombres de interés especial, y pasan por alto la gran cantidad de significaciones lugareñas locales. La tarea no es fácil, como que se requiere el recorrido minucioso de la campaña, la compulsa de planos de campos, y la interrogación a los pobladores de mayor antigüedad en el medio.

Aquí solamente nos proponemos un somero extracto, narrativo, de algunos nombres, que hemos agrupado, para su más fácil identificación, por el lector, en el medio seccional respectivo.

En el Departamento de Maldonado, se notan pocos nombres de origen guaraní; ello se debe a la poca influencia de aquella cultura autóctona, en e?ta parte del país, a excepción de algunos nombres como Aiguá, Cebollatí, Carapé, Beguales o Be-zuaéí. Betete, Tupambaé, y algún otro que desconozcamos Las Parcialidades charrúas que realizaban correrías por estos lugares, y hasta tenían asentamientos más o menos estables, nada se sabe ni nada debe haber quedado en la toponimia. Apenas si unos pocos vocablos de su habla dialectal, han sido recogidos, y con reservas, por algunos investigadores. Además, la cultura jesuítica, que sirviéndose de la lengua guaraní de los naturales, en esta resión del país no ejerció influencia alguna.

A partir de San Carlos digamos que, lo que vulgarmente se conoce como "La Cuchilla", o sea la parte de la ciudad, no es tal, sino una loma, con •leclives más o menos escurridizos hacia los cijatro rientos. y que en otros tiempos iban a culminar en lSan Carlos, o mejor dicho, su Municipio local, procedió muy tardíamente —más de un siglo a contar de la fundación, en crear la nomenclatura de sus calles—. En aquellos tiempos, tanto el vecindario como los municipios, eran muy cautelosos para imponer nombres, así sin más ni más, como suele hacerse ahora, por intereses personales, de partidos, o cediendo a impulsos emocionales transitorios.

No es del caso detenernos en la nomenclatura ciudadana, ni tampoco en los nombres de los barrios, que sólo responden a fines convencionales. De esto ya se ha escrito. Preferimos mencionar lugares aledaños, como "La Alameda", hoy campo municipal destinado a pastoreo. Limitado por la confluencia de ambos arroyos. En principio se pensó levantar en este lugar la primitiva villa, desistiéndose, finalmente, por ser zona baja e inundable. "La Alameda" vino a suplir, aunque sin significación expresa, lo que de acuerdo con las Leyes de Indias se entendía por terrenos de Propios. Dentro de su área primitiva se encontraba el espacio del actual cementerio, y "La Rural", institución privada con destino a actividades agropecuarias.

"La Quinta de Medina", debe su nombre al fundador, vecino progresista, don Salustiano Medina; hoy está convertido ese amplio sitio en "Parque Municipal", jardín zoológico bien concebido y planeado, y uno de los sitios más atractivos con que cuenta San Carlos. La mano del hombre no ha hecho injuria a la naturaleza, por lo que muy bien se concilia el "habitat" de la fauna con el entorno de la flora. Al norte, antigua zona de chacras, está la "Bella Vista", loma de poca elevación, pero «pie ofrece un amplio panorama de la ciudad, hacia la parte norte de la misma. En cuanto a los arro-T«J~ y sus pasos, sobre el Maldonado: Paso de la Palma, y de los Hornos, a corta distancia del Abra de Perdomo, La Zanja de Chaves, La Represa, Pa-•«:« del Molino, Paso de Maldonado.

Sobre el San Carlos: Paso de las Barrancas, del Guerrero, del Puente Blanco, Real, puente ferrocarrilero, más conocido como "Puente Negro". Isla de Los Caballos, y Cahuí.

Toponimia en las secciones rurales. 1ª sección: Laguna del Diario, Sierra de la Ballena, Cerro de San Francisco, Abra de los Ceibos, y arrogo del mismo nombre. 29 sección: Arroyito de los Píriz. Cerro del Indio Marcos, Abra de Veira, Sierra y Arroyo de los Caracoles, Sierra de Carapé, Pa-o de Dutra. 3ª sección: Sierra y Arroyo de Pan Áf Azúcar, Laguna del Sauce, Sierra de Carapé, en parte. y Abra de Castellanos. Sierra de las Animas; Calera del Rey. 4ª sección: Arroyo Mataojo, Cerro Negro. Cerros Dos Hermanos, Zanja del Tigre. 5ª sección: Arroyo del Sauce y Solís; Cerro de las Animas, Cerro del Tigre, y Arroyo de la Leona. 6ª sección: Rincón de los Píriz, Puesto de Ramallo. Rincón de los Sosas, Laguna José Ignacio, Sierra de Las Cañas, Cerro Pelado, Corte de la Leña, Pa~o de la Cantera. 7* sección: Arroyo Garzón y Laguna del mismo nombre, Paso de la Horqueta, Sierras de Garzón, Cerro de los Beguales. 8* sección: Sierra de la Coronilla, y Arroyo del mismo nombre, Grutas de Salamanca, Arroyo del Aiguá, y Arroyo Alférez, Paso del León; Rincón de Aparicio. 9* sección: Paraje Las Cañas, y Arroyo del mismo nombre (antiguo arroyo de los Pichólos), Cerro Baltazar, Cerro Catedral, Cerro Sillón, Abra de las Nueve Palmas, Paso de López.

Nos detenemos aquí para no crear un capítulo muy denso sobre el tema. Muchos orígenes de nombres se pierden en la bruma de los tiempos. Quizá algún día la historia logre develarlos y fijarlos, a todos los que faltan, para que no se borren de la memoria.

De la parentela

De chico me acostumbré a moverme en el entorno de una familia numerosa: mis padres, hermanos, abuelos, los que conocí, mis tíos.

A medida que iba yo creciendo, ese círculo de parientes fue ampliándose. Cada tanto tiempo, llegaban a mi casa, visitas especiales. Se nos llamaba a los mayores, y se nos presentaban otros tíos, a quienes, como estábamos enseñados, rendíamos nuestros respetos infantiles.

No nos interesábamos, ni mucho ni poco, por aquellas presencias, que más nos parecían visitas para nuestros padres, e incómodas para nosotros los chicos. De esa manera, nuestra familia nos parecía inconmensurable.

Andando el tiempo, y ya mayores, veníamos a saber que mucha de aquella respetable parentela, incluyendo los de filiación política, venían a serlo en tercer o cuarto grado. Un pariente colateral de nuestros abuelos, teníamos que reconocerlo como tío nuestro; en sentido propio, era de la familia, un pariente más en la larga lista. Y esto, no lo expongo como caso particular de mi familia, sino que era común entre todas las familias de antaño. El parentesco afectivo, por consanguinidad, hasta varias generaciones, se trataba de mantener vivo; el grado en el parentesco no obstaba, como tampoco la separación por distancias. De donde, cuando se recibía algún mensaje, verbal o escrito —las tan apreciadas cartas de familia—, se celebraba con muestras de alegría. Se recordaban las fechas de la familia, cumpleaños, casamientos, bautismos, y defunciones. No había acontecimiento importante, que no resonara en el seno de toda la parentela, y, en cada caso se le tomaba como propio, fuera de alegría o de tristeza, lisia SitieJida.d di rjxstonJxms patriarcales, hoy solamente en el recuerdo histórico, podemos decir que se remonta a los tiempos bíblicos.

El carteo entre familiares era como decir, de uso patria, y de inestimable aprecio en el seno de los hogares. Esa correspondencia, después de pasar por el reconocimiento de todos los de la casa, pasaba a integrar el archivo familiar. De donde esos repositorios domésticos —cartas, billetes, tarjetas postales de gran finura y arte, que liemos apreciado en archivos de viejas familias.

La composición de genealogías, tan en boga hoy, en ciertas familias, por la vanidad de probar alcurnias, o aunque más no sea, el entronque con algunos antepasados de pro, ese mismo conocimiento genealógico, se mantenía, antiguamente, por simple tradición familiar. Los nombres de lejanos antepasados, se repetían en las generaciones posteriores. Tal el caso de mi tatarabuelo materno, que se encuentra repetido más de una docena de veces. De donde, además del día del santo, onomástico, — en que había ocurrido el nacimiento, bajo cuya protección quedaba el recién nacido, el otro, u otros nombres que se añadían, eran de ascendencia familiar, aunque dicho nombre, o nombres, resultara poco común, y hasta inusitado.

Otro de los vínculos que estrechaban familiarmente, eran los padrinazgos. Casi siempre se elegían los padrinos entre los familiares, y, éstos asumían con grandeza tutelar su compromiso, que por otra parte contraía parentesco espiritual de mucha trascendencia. Los" ahijados correspondían con sumisión y. cariñoso respeto. Estos siempre que saludaban a sus padrinos les pedían la bendición; lo mismo solía hacerse con abuelos y tíos.

En muchas familias, el lazo de parentesco solía estrecharse más, como consecuencia de las uniones matrimoniales entre parientes, en algunos casos, de bastante proximidad, como en el caso de los primos hermanos entre sí, y sobrinos segundos con tíos segundos. Pero, más allá del acercamiento por parentesco, como obligación moral de mantener la unidad del grupo consanguíneo, jugaban importancia las fortunas concentradas en el área familiar. El derecho canónico, y el civil también, previenen contra estas uniones matrimoniales, declarándolas inválidas.

Los bautismos de los hijos, en campaña, los óleos comunmente llamados, conllevaban todo un feliz acontecimiento. Cada tanto tiempo, los párrocos programaban estos óleos, en la casa de algún vecino, generalmente en alguna pulpería del pago. Allá se reunían las familias con los chicos, y los padrinos, de antemano convenidos para el día citado. Luego de la ceremonia bautismal, que generalmente lo era de numerosos bautizandos, pues acudían desde varias leguas a la redonda, se celebraba una ruidosa fiesta en comunidad, donde menudeaban los obsequios de golosinas a los ahijados, para finalizar con un baile .de los compadres. Y, para salvar airosamente el mote de "padrino, padrino pe-lao", que les gritaban, sobre todos los jóvenes y las muchachas, aquellos se presentaban con sendas bandejas de pasteles que habían mandado hacer en la misma casa, y que distribuían entre toda la concurrencia.

Mi Escuelita Rural

También ella integra estas pinceladas históricas. Mejor dicho, si vengo de entregar las páginas que acabo, mi escuela fue instrumento y artífice de ello. Cómo no recordarla, pues, y llevarla siempre presente en lo más íntimo del corazón.

Después de mi hogar natural, por ella pasaron los momentos más felices y provechosos de mis años primeros. Cortando campo, cuántos fríos, lluvias, y soles, agrandaban la distancia larga para llegar hasta la escuela. Al trasponer la sierra, ya divisábamos sus techos, y pensábamos que la maestra estaría en su pupitre proyectando el trabajo de la jornada.

En medio de la pobreza y la precariedad del medio, entonces no se conocía el recurso de los actos benéficos, todo se suplía y se arreglaba con imaginación, y buena voluntad. Mis maestros, dos lo fueron, sucesivamente. Sería capaz de repetir de cada uno, desde su manera de enseñar, hasta las observaciones, y portes habituales. Cuántos episodios; cuántas gratas anécdotas de compañerismo, desde las clases hasta los recreos. La pequeña hueste escolar, desde sus mesas de trabajo, hasta el adiós para el siguiente día, reparte la alegría juvenil y el optimismo de la vida. Como no, si estába-HK~ formándonos por la vida y para la vida, según 3ff leíamos en los textos de Don José Henriquez Fi-•n^ira. Alguna vez se hacían en mi escuela, como í*rma de incentivar más el celo por el aprendizaje, concursos con premios, dentro del término de •D mes. y comprendían los méritos, desde la apli-•acii'.n. puntualidad, trabajos, hasta la conducta. Yo no fui ni lumbrera, ni santito, pero conservo dos libro? de primer premio: "Perfiles Biográficos", y ""Episodios Históricos", por Orestes Araújo. Mila--r».«éauiente se han conservado en mi biblioteca an-«lariega. Otro de los buenos momentos que transcurrían en la escuela, era cuando el maestro, o algu-BO de los alumnos de buena dicción, hacía lectura •rn alta voz para la clase. Teníamos que afinar mu-rbo la atención, porque luego de la lectura, debíamos ofrecer un resumen oral de lo leído.

Fin de año. Vivíamos la "dulce emoción" de los exámenes. La Comisión Examinadora se consti-mía con los más respetables vecinos —seis u En mi escuela, formábamos como una familia fraternalmente unida, entre los condiscípulos. Las únicas discensiones solían ser por motivos políticos. Los dos bandos clásicos: blancos y colorados. Nada más.

En aquellos tiempos, los muchachos rayábamos casi en fanatismo por nuestras preferencias partidistas; inclinación que llevábamos desde el hogar. Eran tiempos en que estaban en boga las expresiones de: "Viva Fulano"; "Muera Zutano", que leíamos en pasquines de Partidos, u oíamos en asambleas. Y, con estas expresiones nos batíamos, en gresca mayor, de palabra, naturalmente. Recuerdo que por entonces, había ocurrido, en Montevideo, un duelo muy sonado, entre dos políticos pertenecientes al mismo Partido. Y, yo, como argumento fuerte en mi favor, y en favor de mi Partido, les echaba en cara, a mis "adversarios", la inconsecuencia de ideas de sus hombres, que llegaban a batirse entre sí.

Y, con el homenaje de fidelidad, que reservo para lo grande de la vida, cierro este capítulo, que dedico a mis recordados maestros: Ana Odizzio de Nocetti, y Daniel Dámaso Umpiérrez.

San Carlos, su vida de relación, y las elegantes

San Carlos tuvo siempre vocación receptiva, y ambiente propicio, para todas aquellas personas de trabajo, y con buenas inquietudes, que acudían, llenas de esperanzas, con el fin de labrarse un porvenir. La muestra de ello la tuvo en el comercio, la? industrias, los oficios, y la agricultura. Bien ligados a la sociedad lugareña, quedaron tantos nombres, cuyos descendientes han pasado a integrar íu? apellidos, como clásicos ya de la sociedad caro-lina. Por otra parte, como hasta el año 1928, no quedara habilitado el tramo del ferrocarril del es-te. hasta Rocha, San Carlos venía a ser como una posta terminal de la comente viajera que, desde Montevideo y otras partes del país, se dirigía hacia esta región. Profesionales, comerciantes, hombres de negocios, familias, viajeros en general, recalaban en San Carlos. Además, su muy poblada campaña, acudía por los más diversos motivos: negocios, tramitaciones, razones familiares, motivaciones de salud; los médicos de San Carlos fueron siempre afamados por su ciencia y humanitarismo. Los hoteles y fondas, que varios hubo de estos establecimientos, eran los puntos de concentración de gran parte de esta población advenediza. En otro tiempo, las tramitaciones oficinescas eran pocas, todo lo contrario de lo que hoy ocurre, y San Carlos contaba, a excepción de la justicia letrada, con las oficinas competentes para despachar los pocos trámites comunes. También sus profesionales, escribanos, procuradores, abogados, y agrimensores, fueron siempre dignos de la confianza popular. El comercio., el mayorista, que abastecía a los mmoíisVas, tanto de la ciudad como de la campaña, establecía con sus clientes un vínculo afectivo, una íntima relación de confianza y de amistad; las transacciones casi no se documentaban en títulos ejecutivos. Las más de las veces los pedidos de mercaderías se hacían de palabra, y basta.

Otro de los aspectos muy propios de los caro-linos, era su religiosidad, su piedad. Sabido es como los hijos más ilustres de la Villa, fueron hombres y mujeres de mucha fe, y de un cristianismo práctico, y sin dobleces. La masonería, también, apareció por acá, como cizaña entre el trigo, pero gracias a la fe acendrada de la población, no llegó a prosperar, y terminó con sus corifeos. Los excelentes sacerdotes, de méritos acrisolados, y de gran celo apostólico, fueron obreros desvelados en la fatiga que demandaba la abundosa mies; fueron los sabios consejeros de las familias. De muchos de aquellos curas de antaño, se recuerdan sus nombres, su celo apostólico, su trato, en los hogares de San Carlos.

Y, al hablar ahora, de las elegantes de San Carlos, o lo que es lo mismo, de las bellezas caro-linas, podría pensarse que c'esí un partí pris. En parte, sí, es cosa resuelta, porque no sería el primer autor que se ocuparía del asunto. Sin embar-fo. la verdad sobre el hecho, no excusaría el juicio imparcial aunque contradijera la clásica opinión de otros. Pero no es así; las mujeres de San Carlos fueron las más hermosas. Y, si de la belleza fínica, pudiera inferirse la belleza del espíritu, mucho más hermosas aún. Claro, el diagnóstico humano puede errar, porque también puede haber, y lo hay. ciertamente, belleza de espíritu bajo una apariencia fea y contrahecha.

Un hálito de ternura candida, de dignidad, y de recato, parecía iluminar un perfil de belleza romana, sobre un cuello de María Antonieta, y reunido todo en la majestuosidad de una diosa del Partenón. Palabra fluida, armoniosa, musical en el timbre de la voz, sin afectación ni rebuscamientos, que acompañaban con el gracioso y juguetón movimiento de los ojos. Sabían reír con gracia contagiosa, sin apartarse de la mesura y de la urbanidad. Amables y dulces en el trato, con la tersura de una azucena, en la gracia esbelta de su figura reservada por la modestia, hasta en la postura de sus manos gráciles de nácar. Todo en todo su ser parecía trasuntar un signo invisible de todo lo bello y bueno que hay en la naturaleza, plasmado en figura de mujeres. También iba de la mano con el retrato físico-moral que hemos presentado, el buen gusto en el atavío. Baste saber que las casas de modas de Montevideo, cuidaban de servir con buenas telas, adornos y demás, a las tiendas de San Carlos, porque las Carolinas eran exigentes para vestir. Formadas en hogares de tradicional vocación cristiana, integraban asociaciones parroquiales, donde florecía la piedad con la práctica evangelizadora. Llamaba la atención de los forasteros, las Hijas de María que, numerosas, y antes de entrar al templo, desplegaban su blanca mantilla con que se cubrían la cabeza.

Hoy, a falta de aquel modelo y estilo social ya pasado, nos conformamos con un regreso espiritual y evocativo del mismo. Quien sabe si en el trasfon-do de la Vida, tantos cataclismos se han dado, no esté en curso algún ideal renacimiento, que aún no ocupa páginas en la historia.

La correspondencia de la vida de relación de una comunidad, grande o chica, suele estar en relación directa con el medio, los medios, y la cultura misma de su gente. Cuando se habla de gentes "cerradas", o sea de quienes rehuyen el tratamiento espontáneo y accesible a los demás, nos encontramos ante gentes recoletas, o reacias a expandirse en la participación social, y en el intercambio amable y humano, fraterno y civil, con los demás. Pero, cuando ese vecino, al levantarse temprano, abre la puerta de calle, y sale a la vereda, conversa con los barrenderos, proveedores, y transeúntes. Saluda a distancia a los demás vecinos, cambia una broma, ríe, ese es un hombre generoso, fraterno, y de buena sociedad. Ese hombre es de una sola hechura moral. Así conocimos vecinos de San Carlos. Por muchos años, San Carlos contó con Banda de Música, Actuaba en la Plaza Principal, al caer la tardecita, dos veces por semana —jueves y domingos, amén de las fiestas patrias—. Un buen rato de alegría sana y animadora. Las señoritas, que formaban grupos, ya por vecindad, como por afinidad, paseaban, bien por las veredas circundante?, bien por los pasillos centrales de la plaza. Claro, como la expansión era para todos, allá se iban también, muy chirlo mirlos, los mozos y los mocitos, y todos se integraban en amena sociabilidad. Hasta que el toque de ánimas, o la "guiñada" de las 20 horas en la luz eléctrica, invitaba a volver a casa.

EPILOGO

"Allá vienen!" "Vienen, o van?"

En el vano de entrada de la puerta del rancho la anciana oteaba el horizonte, que parecía unirse con la loma. Entre sus dedos morenos oprimia sin fuerza la caprichosa forma de un mate de como si fuera un adminículo destinado a libaciones paganas. Sobre el contraluz anaranjado de la tardecita, que va dejando en sombra los y los matorrales, la silueta ya confusa de las carreta?, han coronado la altura. Vienen, o van? Ella piensna que vuelven en el tiempo que le quesa una vez más, al menos, como tantas y tantas ? adivinó su presencia por los golpes de los ejes y el canto de los teros. Ahora los picadores se van por los caminos del tiempo. Pasado y presente; ¿quedarse o seguir? El dilema es claro, aunque lazos invisibles ate el corazón. ¿Qué habrá des de la loma que la madre anciana no distingue? litterio: el porvenir siempre es misterio. Adelante, pues, a develar el porvenir. El pasado nos invita a crecer, como el árbol, como la vida, como todo lo bueno que hay en el tiempo. Y, a nosotros el tiempo parece faltarnos, porque no levantamos nuestros ojos hacia la carrera del Sol. En torno a nosotros miles de muertos nos miran y nos esperan; esperan que completemos lo que a ellos les faltó. Nada es chico para el Amor. El niño lo parece, y sin embargo, en la lección sabia de Vigil, es el padre de la humanidad. La anciana de antes representa el pasado, con su carga de historia, de trabajos y de sueños, de nostalgias y de amor. Retornemos a ella con el cariño con que se vuelve hacia una madre luego de una larga partida. Retornemos a ella con una promesa y una esperanza. Los pueblos que olvidan su historia, perecen. Desde su mismo seno, salgamos a la escena del mundo donde la mies abundosa aguarda a los cosechadores.

Por ayer, por hoy y mañana; hasta el más remoto de los días; hasta siempre.

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